Somos nada en medio de la inmensidad de una Creación que no tiene principio ni fin,
aunque algunas mentes temerosas se inventaran lo del Big Bang como principio de las cosas para tranquilizar el pavor al abismo (cuando en realidad sólo es uno de los movimientos de respiración de Dios).
Por eso resulta chocante la seguridad con la que algunos importantes científicos hablan de asuntos vaporosos, como si supieran a ciencia cierta que dicen la verdad absoluta, cuando por temor de su formación no pueden evitar trabajar con anteojeras mentales que reducen muy mucho su campo de visión.
Uno de los últimos casos de los que tengo noticia es el del profesor español
Francisco Mora, que dirige el departamento de Fis
iología Humana de la Facultad de Medicina en la Universidad Complutense de Madrid.
Hace una semanas participaba en un ciclo de conferencias organizado por la Fundación de Ciencias de la Salud y la Residencia de Estudiantes y allí se permitió el lujo de sentenciar, con total gravedad: "
El cerebro humano es el producto de 700 millones de años de evolución y no está diseñado para alcanzar la felicidad".
Puede burlarse de mí sí quiere -
y si es usted un científico, supongo que lo hará- pero nunca he entendido cómo se pueden aportar cifras tan enormes con tanta exactitud sin emplear más que la especulación (¿
queda algún cerebro de hace 700 millones de años? ¿
por qué 700 y no 500 ó 1.000? ¿
cómo se demuestra una afirmación tan contundente?) y, sobre todo, cómo las personas comunes pueden aceptar frases tan categóricas porque sí, como si fueran palabra de Dios, sólo porque las diga un científico.
En el fondo,
¿no están siendo igual de crédulas que cuando el cura de turno amenaza con el Infierno de llamas que nos espera al otro lado de la Muerte si somos malos? En el caso que nos ocupa,
¿qué significa eso de que el cerebro no está diseñado para alcanzar la felicidad? El cerebro está diseñado para enseñarnos a interactuar con el mundo que nos rodea, facilitándonos diversas herramientas. Que luego seamos nosotros capaces o no de conquistar esa felicidad (porque, al igual que el conocimiento,
la felicidad sí existe, y se puede alcanzar, pero de la misma forma no se regala y también puedo decirle que no es precisamente barata -soy testigo de ambas circunstancias-) es otra cosa diferente.
Más opiniones -porque me niego a considerarlas verdades científicas- de Mora, que parece ser uno más en la larga lista de científicos que han decidido que el ser humano no es otra cosa que la carcasa física que nuestra primitiva ciencia moderna puede ver y tocar: "la principal causa de la infelicidad del ser humano está en el sistema límbico o cerebro emocional, una estructura que gestiona respuestas emocionales ante estímulos sensoriales". Es decir, somos un simple piano. Según la tecla que se nos toque, sonará una nota concreta. Esto en cierto modo es real. La inmensa mayoría de las personas responden a las teclas..., es ésa la misma inmensa mayoría que, en efecto, ignora lo que es la felicidad. Pero ¿eso quiere decir que no existe la felicidad? Si usted y su familia y sus amigos y toda la gente a la que usted conoce no han estado nunca en el mar, ¿llegará a la conclusión de que el mar no existe, cuando alguien le hable de él?
Si así lo hiciera, tampoco estaría actuando de manera muy extraña. De hecho, es la manera habitual de comportarse de casi todo el mundo desde el principio de los tiempos. Cuando los escasos exploradores de la Antigua Roma que se habían internado en algunas zonas africanas regresaban contando extrañas historias acerca de invencibles hombres gigantestos y peludos que vivían en los árboles, animales del tamaño de una colina armados con dos cuchillos inmensos y una gran serpiente pegada a su cara, o caballos manchados como leopardos con un cuello similar al tronco de un árbol que correteaban por la sabana, sus contertulios podían optar por reírse de semejantes historias o pensar que habían hallado el camino a algún mundo mitológico. Desde luego, estaban lejos de imaginar que aquellos primitivos exploradores intentaban describirles gorilas, elefantes y jirafas, y que estos seres eran reales de verdad.
En su intervención en el seminario, Mora aseguraba que el hombre se plantea dos vías para lograr la felicidad: mantener el equilibrio entre el placer y el dolor "pues ambos extremos producen infelicidad" o bien aislarse del mundo "en una vía más drástica y quizás más auténtica" evitando interaccionar con él y que la información sensorial alcance el sistema emocional del cerebro. Aún así, no cree que nadie pueda alcanzar la famosa felicidad.
El placer y el dolor son las dos caras de la misma moneda y resulta útil mantener ese equilibrio. O, mejor, elevarse por encima de ambos, por encima del péndulo vital. Sin embargo, resulta incierto afirmar que esas experiencias nos alejan de la felicidad. En lo personal, hace tiempo creo haber entendido que la verdadera felicidad nace de la Comprensión (de quiénes somos, de dónde estamos, de lo que estamos haciendo realmente y de lo que debemos hacer, de cómo funciona todo...) y ésta sólo se puede conseguir tras la reflexión profunda sobre las experiencias de la vida y el conocimiento que destilamos a partir de ellas (achtung: no sólo de la mera información obtenida con ellas).
Negarse a experimentar la vida, con los distintos grados de placer y dolor que involucran cada una de nuestras experiencias (y las lecciones que de ellas podemos obtener), o aislarse del mundo en plan "auténtico", que es la segunda opción propuesta, sólo nos conducirá a un punto muerto. Un lugar inútil y petrificado en el que la vida pierde todo el sentido de lucha y épica que deberíamos asociar a ella permanentemente. En el fondo, es el venenoso anhelo por alcanzar ese falso Nirvana con el que sueñan los débiles: el retorno al mundo fetal, donde no teníamos que preocuparnos por buscar alimento, calor, protección, amor..., porque todo ello nos lo daba el "mundo" (nuestra madre) por el simple hecho de existir en su interior.
Es cierto que tal y como está el mundo en este momento (o mejor: tal y como parece que está, sobre todo teniendo en cuenta las cosas que usted sabe acerca de ciertas organizaciones secretas y cierta manipulación generalizada de los hechos en todo el planeta) resulta harto complicado pensar en la posibilidad de ser feliz. De hecho, en una sociedad como la nuestra, en la que todo el mundo parece estar de vuelta de todo (¡cuando ni siquiera ha llegado a la mitad del camino!), la de la felicidad resulta una idea, más que provocativa, propia de idiotas con los pies muy lejos de la Tierra.
Pero no es tan difícil cuando se comprenden ciertas cosas, empezando por el hecho de despreciar el decorado que tan esmeradamente han levantado a nuestro alrededor y que nos han hecho creer que es lo que necesitamos, con objeto de facilitar nuestro sueño eterno. No, no es tan complicado cuando uno sabe lo que de verdad importa. Y lo que importa no es lo material, en ninguno de sus sentidos ni de sus acepciones. Lo físico es mera ilusión. Imagino por ejemplo a Cagliostro, ese hombre que sabía demasiado, motivo por el cual su memoria ha sido tan denostada, encharcada y emponzoñada... Le imagino durante sus últimos meses, enterrado en vida por la Santa Inquisición en el Castillo de San Leo, en el fondo de un pozo infecto abandonado por todos. Y le imagino feliz, a pesar de la persecución, las torturas y los sufrimientos, al tener por fin después de tantos años de agitadas aventuras y avatares tiempo suficiente para dedicárselo a Sí Mismo, el único que después de todo importa.
"No soy de ninguna época, no soy de ningún lugar. Más allá del espacio y del tiempo, mi ser espiritual vive su eterna existencia. Si me sumerjo en mi pensamiento y remonto el curso de las edades, si extiendo mi espíritu hacia una forma de existencia distinta de aquélla que vosotros podéis percibir, me convierto en aquel que deseo ser", decía Cagliostro. "
Mi nombre es el que requiera mi función, pues soy libre. Mi nación, aquélla en la que momentáneamente deba fijar mis pasos (...) yo soy Aquél que Es". Tan parecidas estas palabras a las de los antiguos iniciados reales del Viejo Egipto: Yo soy El que Soy, el que siempre ha sido y el que siempre seré.
Cuando uno ha hecho su elección y ha decidido venir a este mundo, lo ha hecho para jugársela, para aprender, para luchar y para crecer. Lo demás es tiempo despilfarrado y un tobogán a la nada. Como suele decir mi mejor amigo: "sea feliz; y si no le dejan, seálo aún más, sólo por fastidiar".
Fuente:
http://blogs.periodistadigital.com/herrkoch.php/2008/05/19/p166214#more166214